El Amor y La Locura…
Una vez se reunieron todos los sentimientos y
cualidades del hombre. Cuando el aburrimiento bostezaba por tercera vez, la
locura como siempre tan loca propuso: “Vamos a jugar a los escondidos”. La
intriga levantó el ceño extrañada y la curiosidad sin poder contenerse
preguntó: ¿A los escondidos? ¿Y eso cómo es?
Es un juego, explicó la locura, en que yo me tapo la
cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón, mientras ustedes se
esconden, y cuando ya haya terminado de contar, el primero de ustedes que yo
encuentre, ocupará mi lugar para continuar el juego. El entusiasmo bailó
secundado por la euforia y la alegría dio tantos saltos que terminó de
convencer a la duda, e incluso a la apatía, a la que nunca le interesaba nada.
Pero no todos quisieron participar, la verdad prefirió no esconderse. ¿Para
qué? Si al final siempre la hallaban, y la soberbia pensó que era un juego muy
tonto, en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella,
y la cobardía prefirió no arriesgarse.
Uno, dos y tres, empezó a contar la locura.
La primera en
esconderse fue la pereza que como siempre, que como siempre se dejó caer tras
la primera piedra del camino. La fe subió al cielo y la envidia se encontró
tras la sombra del triunfo, quien por su propio esfuerzo había logrado subir a
la copa del árbol más alto.
La generosidad casi no alcanzaba a esconderse, cada
sitio que encontraba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos, que si
un lago cristalino para la belleza; que si la hendija de un árbol: perfecto
para la timidez; que si el vuelo de una mariposa: lo mejor para la
voluptuosidad, que si una ráfaga de viento: magnífico para la libertad, y así
terminó en ocultarse en un rayito de sol.
El egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno
desde el principio, ventilado, cómodo, pero solo para él. La mentira se
escondió en el fondo de los océanos, mentira, en realidad se escondió detrás
del arco iris, y la pasión y el deseo en el cuarto de los volcanes. El olvido,
se me olvidó donde se escondió, Cuando la locura estaba contando 999.999, el
amor aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo estaba ocupado,
hasta que al fin divisó un rosal y enternecido decidió esconderse entre sus
flores.
Un millón contó la locura y comenzó a buscar. La
primera en aparecer fue la pereza solo a tres pasos de una piedra. Después se
escuchó a la fe discutiendo con Dios sobre zoología y a la pasión y el deseo
las sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la envidia,
y claro, pudo deducir donde estaba el triunfo. El egoísmo no tuvo ni que
buscarlo, él solito salió de su escondite, resultó ser un nido de avispas. De tanto
caminar, sintió sed y al acercarse al lago descubrió la belleza, y con la duda
resultó todavía más fácil, la encontró sentada cerca sin decidir aun de qué
lado esconderse.
Así fue encontrando a todos. El talento, entre la
hierba fresca, a la angustia, en una oscura cueva, a la mentira, detrás del
arco iris, mentira si estaba en el fondo de los océanos, y hasta encontró al
olvido, ya se le había olvidado que estaba jugando a los escondidos.
Pero solo el amor no aparecía por ningún sitio. La
locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta, en las
cimas de las montañas, y cuando estaba por darse por vencido divisó un rosal,
tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto, un doloroso
grito se escuchó. Las espinas habían herido los ojos del amor. La locura no
sabía qué hacer para disculparse, y lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta
prometió ser su lazarillo, Desde entonces, desde que por primera vez se jugó a
los escondidos en la tierra: El amor es ciego y la locura siempre lo acompaña.
Uno aprende a amar, no cuando encuentre a la persona
perfecta, sino cuando aprenda a creer en la perfección de una persona
imperfecta.
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