Ningún adiós es fácil...
Ningún adiós es fácil, no es sencillo recibirlo y nunca hay suficiente tiempo para reunir las palabras precisas para comunicarlo a quien nos acompañó por un tiempo.
Por más lleno de piedad o ternura siempre está el dolor presente como fiel guardián garantizando que alguno de los dos sufra de manera extrema y se ha llevado hasta el precipicio de la locura donde lo único que se ve es desesperanza, desolación, noche de llantos y llena de dolor.
Por más suaves que sean las palabras del adiós, aunque a cada tilde se adornada por una flor, un vocablo por un regalo un abrazo por un chocolate, el daño es garantizado. No hay explicación, sólo es como una sentencia leída por un juez "y desde hoy sufrirás y no te acompañaré más".
El sentido de pertenencia desarrollado hacia el otro, el te quiero y el te amo como contratos, las ganas de no ser abandonado, la felicidad puesta en el otro se va y nosotros no tenemos argumentos con que retenerla.
Podemos estar disponibles sexualmente, a efectivamente llamar en los momentos de dificultad, volver a los detalles que al inicio hicieron a esa persona fijarse en nosotros, alejarnos, intentar fórmulas dichas por los amigos, por los libros de psicología barata, consultar libros sagrados, y ni así lograremos evitar que sea adiós se ejecute un paso atrás otro hasta hacernos comprender que hemos quedado solos, armando solos.
El adiós seguirá yendo y viniendo a nuestras vidas de diferentes formas, algunas veces no pronunciaremos otras lo dirán como una sentencia de muerte, otras veces será forzado por el destino, y sólo nos queda, hacernos tarde o temprano amigos del, como de otros tantos vicios que tienen las despedidas...
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