El techo está en el cielo...o donde tú lo pongas…
El techo está en el cielo... o donde tú lo pongas
“No vemos las cosas como son... vemos las cosas como
somos nosotros.”
Querida/o amiga/o:
No sé si lo has pensado alguna vez, pero cuando un
niño llega al mundo, sus posibilidades de realización y de logro tienen un
techo infinitamente mayor que cuando ya han pasado sólo cuatro años de su vida.
Siguiendo el promedio que te mencionaba en mi carta anterior, el día que cumple
cuatro años ¡ya ha oído casi cincuenta mil veces la palabra “no”! Entonces, de
manera inconsciente, el niño ya ha puesto a una altura determinada el techo de
los logros de su vida.
Cuando nacemos, no tenemos más techo que el cielo.
Pero a base de tragarnos “impulsores” empezamos a fijar una altura límite: a
dos pies, a doscientos, a dos kilómetros, a doscientos mil... o a dos palmos
del suelo, lo que nos llevará a arrastrarnos por la vida, a sobrevivir más que
a vivir, a tener que “ganarnos la vida” porque creemos que está perdida.
Nacemos con un potencial increíble de aprendizaje y
desarrollo. Pero nos vamos adecuando a la realidad que nos imponen. (La Domesticación
de ser Humano) Para un niño, sus padres y los adultos en general son como
dioses, personas que miden tres veces más que él y a las que no le queda más
remedio que obedecer si quiere sobrevivir.
Imagínate cómo reaccionarías si apareciese ante ti
una persona que midiera más de seis pies de altura y que se pegase a un palmo
de la cara y con una voz profundamente grave: “¡Calla y come!”. Seguro que
comerías... lo que fuera.
La historia personal de cada uno, nos lleva entonces
a definirnos, a significarnos y a ser individuos, esto es, únicos, diferentes
del resto. Aunque, jugando con las palabras, bajo la apariencia de individuos
hay muchísimos “en los individuos”, es decir, seres humanos que viven divididos
entre lo que son y lo que quieren ser, entre lo que deben y lo que quieren, que
viven vidas partidas en múltiples “yo” es que aparecen y desaparecen en función
del entorno en que se encuentren, de las circunstancias y del estado de ánimo.
Y el resultado final de un ser humano que se vive fragmentado es... ¡que acaba
hecho pedazos!
El problema es que a muchos seres humanos se les
trata como individuos, haciéndoles creer que son objetos en lugar de sujetos,
que son...
...prótesis: el cerebro de otro (pensar), los
brazos-manos-piernas de otro (hacer), el corazón de otro (sentir), hasta el
pelo de otro (y dice ser su símbolo, de poder);
... arma arrojadiza: para hacer daño a otro,
amenazarlo o hacerlo sufrir;
...objeto de placer y/o abuso: por puro voyerismo,
por acoso sexual, etc.;
...objetos de decoración y menaje: espejos en el que
los demás proyectan sus miedos, defectos, inseguridades y frustraciones.
Armarios que se tragan las prendas de un pasado apolillado; floreros (para
decorar y nada más); cuadros (siempre muy colgados); alfombras, papeleras, detergentes
con los que lavar el pasado, etc.;
...herramientas y utensilios de bricolaje:
utilizados como lubricantes (en la relación con otros) o bisagras (sin los
cuales la relación de otros dos no se aguanta), martillos, taladros, pestillos,
etc.
Si me vivo como un objeto, si estoy o me defino
siempre según la función que realizo para los demás, no podré responder nunca
con propiedad a la pregunta:
¿Quién soy? (como mucho podré saber qué soy...). Así
que...
La felicidad sólo llega cuando no somos objetos de
otros, sino sujetos de nosotros mismos.
Sujetos en el sentido de individuos y de “aferrados”
a nuestra propia vida.
Ser individuo es el primer paso para ser persona.
Porque ser persona implica además un proceso. Creo que nadie ha definido tan
brillantemente lo que es ser persona como Virginia Satir:
1. Concederme el permiso de estar y de ser quien
soy, en lugar de creer que debo esperar que otro determine dónde debería estar
yo o cómo debería ser.
2. Concederme el permiso de sentir lo que siento, en
vez de sentir lo que otros sentirían en mi lugar.
3. Concederme el permiso de pensar lo que pienso y
también el derecho de decirlo, si quiero, o de callármelo, si es que así me
conviene.
4. Concederme el permiso de correr los riesgos que
yo decida correr, con la única condición de aceptar pagar yo los precios de
esos riesgos.
5. Concederme el permiso de buscar lo que yo creo
que necesito del mundo, en lugar de esperar a que alguien más me dé el permiso
para obtenerlo.
La redefinición de uno mismo o una misma, hasta
convertirse en persona es normalmente la consecuencia de haber realizado un
buen trabajo de escucha y de análisis personal. Es entonces cuando tomamos
conciencia de lo que somos y de nuestras competencias. Es decir, llegamos a ser
personas conscientemente competentes.
Del individuo a la persona conscientemente competente
hay un camino largo, como el que recorre el practicante de artes marciales
desde su iniciático cinturón blanco hasta el cinturón negro décimo dan, que
sólo ostentan los verdaderos maestros y al que se llega no sólo por el dominio
experto de la técnica, sino por la maestría y la simplicidad que nace de la verdadera
y profunda sabiduría.
Te envío un fuerte abrazo y te deseo una pronta
recuperación del cómo te sientes (en todos los sentidos: si te recuperas a ti
mismo, te recuperarás de todo lo demás).
“Procura que el niño/a que fuiste no se avergüence
nunca del adulto que eres”, oí en cierta ocasión. Te traslado este pensamiento,
que en su día fue para mí un auténtico regalo.
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