En el reino de la hipocresía, solo los más fuertes sobreviven…
Aquiles decía en la Ilíada que, si había algo que le
incomodaba mucho más que las puertas del Hades, eran las personas que decían
una cosa y hacían otra. Bien, es muy posible que todos nosotros tengamos cerca
a una persona enchapada con este tipo de material, que tanto abunda en la era
del Antropoceno. Lo que tal vez no sepamos es que no hay que responsabilizar
única y exclusivamente al propio hipócrita de su comportamiento.
La hipocresía es mucho más que la clásica disonancia,
entre nuestras ideas rectoras y nuestros comportamientos. En ocasiones, el
propio entorno que nos rodea nos obliga a ello. Cada día nos enfrentamos a un
enorme rompecabezas vital, las piezas están dispersas y estamos obligados a
sobrevivir en estas “superficies sociales” tan complejas. Casi sin que nos
demos cuenta, en ocasiones, acabamos haciendo cosas que no armonizan con
nuestros principios, con nuestras ideas o convicciones.
Entre lo que se piensa, se dice y se hace, puede
haber un abismo, y a pesar de no querer faltar a nuestra verdad interior, lo
acabamos haciendo por las presiones del ambiente. Esto es lo que Leo Restingar definió
como disonancia cognitiva, es decir, experimentar una desarmonía o un conflicto
entre nuestro sistema de ideas, creencias y emociones (cogniciones) con las
propias conductas.
Ahora bien, a pesar de que una buena parte de
nuestra sociedad sea terreno abonado para que nos comportemos como hipócritas,
creados en molde, en realidad, podemos diferenciar claramente dos tipologías.
Por un lado, están los que sufren esa disonancia cognitiva y deciden poner
límites para hallar una adecuada armonía entre lo que se piensa y lo que se
hace. Por otra parte, abundan los que sencillamente, entienden la vida de este
modo. La disonancia deja de existir para dar paso a una cognición firme y clara
de lo que se hace, que tiene pleno sentido y ante todo…un propósito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario