¡Reconcíliate! Te lo mereces…
¡Reconcíliate! Te lo mereces...
Algo que es imperativo, uno de tantos, de esos varios
que acompañan nuestra vida. ¡Es Reconciliarse!
Y mira, que me gustan poco los imperativos… y mira
que llevo ya bastante tiempo, evitándolos a toda costa, pues no llevan a nada
bueno, especialmente para quien los recibe. Y hoy tomo un imperativo como
título; paradojas de la vida.
¡Motívate!, le decimos al desmotivado. ¡Anímate!, al
caído o triste. Con la mejor intención del mundo, sin duda. Lo que no deja de
ser, en cierto modo, un “bofetón emocional” para el receptor del mensaje. ¡Qué
más quisiera el triste, que no estarlo, el desmotivado, que tener motivación!
Reconciliar sugiere volver a conciliar
(re-conciliar). Una bonita palabra que, en definición del (Diccionario de la
Real Academia Española) significa “Poner de acuerdo a dos o más personas o
cosas” en su primera acepción y “Hacer compatibles dos o más cosas” en su
segunda.
Además de las definiciones del DRAE, habitualmente
entendemos por reconciliar la paz, perdida, tras algún tipo de pelea o
enfrentamiento: de pareja, familiar, con amigos o socios… con el mundo… ¡con
nosotros mismos!
Significa eso que existe, o ha existido, algún tipo
de animadversión, que ha podido degenerar o no en enfrentamiento, que provoca
un alejamiento de esa/s persona/s.
En muchas ocasiones esa animadversión no es
explícita, no la formulamos en palabras o hechos, sino en simples pensamientos.
Pensamientos de rechazo, de odio en ocasiones. De, incluso, llegar a desear que
le ocurra algo malo a la otra persona. Pensamientos que solo están en nuestra
cabeza y que no afectan, para nada, a dicha persona.
Pensamientos que sí nos afectan a nosotros. Pues
somos, dueños de nuestra vida, y de la expresión de todo aquello que pensamos,
de todo aquello que “vive” en nuestra mente, tanto en lo consciente, como en lo
inconsciente.
De forma que esos pensamientos negativos, esa
animadversión, nos “come” por dentro, lo queramos o no, y se manifiesta en
nuestros actos, en nuestra vida cotidiana. Y se vuelve contra nosotros.
Dicen que la cara es el espejo del alma; y yo lo
creo, expresa todo lo que hay dentro de uno. Y ¿te has fijado cuántas caras
llenas de odio, de animadversión, hay en nuestro entorno? En tu entorno, en el
mío, en el de todos… No hace falta señalar con el dedo a nadie; basta con mirar
las fotos de los periódicos para encontrar a algunas personas así.
¡Qué almas más vacías, cuánto odio, cuánto
sufrimiento debe haber en su interior! En el fondo me dan mucha pena.
¡Necesitan urgentemente reconciliarse!
Pues sí… para una vida más feliz, más humana, es
necesario reconciliarse con todos los fantasmas que habitan en el interior de
nuestra mente. El sentir animadversión, incluso odio, por una persona no le
hace ningún mal a ella, no le afecta en lo más mínimo. Pero sí nos afecta a
nosotros, pues nuestro interior no está en paz, impidiéndonos una vida, más
plena y feliz.
Así que… ¿para qué tener esos sentimientos, que no
nos aportan nada positivo en nuestra vida?
De vuelta al DRAE, reconciliar se define como
“Volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos”. Aún
entendido así, no digo que haya que “volver a las amistades” en sentido
estricto; para mí la reconciliación empieza y probablemente sea el paso más
importante, por eliminar esos pensamientos que tenemos o, cuando menos,
sustituirlos por otros, que no nos afecten negativamente.
Puesto que la reconciliación es un acto puramente
personal que nos libera de fantasmas, de pensamientos y emociones negativas,
que nos ayuda a vivir mejor… deberíamos hacerlo, ¿verdad?
En ocasiones, aunque quisiéramos, esa reconciliación
ya no es posible, pues esa persona ya no está entre nosotros. En otras, lo
reconozco, el coste emocional de una reconciliación cara a cara, puede ser
demasiado alto, y no estamos dispuestos a asumirlo.
Todo tiene solución, para todo hay un camino… Y en
este caso un buen camino es la escritura. Escribe una carta de perdón a esa
persona, no para mandarla, sino para ti mismo. Perdónale de forma sincera y
clara, intentando ponerte en su lugar, y tratando de entender, por qué hizo lo
que hizo, que tanto daño nos causó. Aunque quieras que nunca más esté en tu
vida, aunque no quieras volver a verla/o. O porque ya no está en tu vida y
nunca más la verás.
Y, sobre todo y por encima de todo, perdónate a ti
mismo. Escríbete una carta perdonándote, uno a uno, todos los “errores”
cometidos, todo aquello de lo que te arrepientes haber hecho en tu vida. Coge
papel y lápiz y saca fuera de ti todos los fantasmas que pueblan en tu interior,
que todos los tenemos. Con valentía total, recordando en todos sus detalles,
todos esos momentos, esos hechos, esas palabras…
Sal de ti mismo y escríbelo como si estuvieras dirigiéndose a una tercera persona, como si estuvieras viendo y analizando el
comportamiento, las palabras, de otro. Perdónale a ese tu otro yo, desde fuera.
Escríbele / Escríbete como si lo hicieras a un amigo querido con el que hace
tiempo que no tienes contacto. Inicia cada frase con “Te perdono por… “.
Asústate, emociónate, llora si es necesario… porque recordar errores nos lleva
a ello, en ocasiones.
Lo hecho, hecho está. Lo ya dicho, dicho está. No
hay vuelta atrás. Y cada vez que hiciste o dijiste algo de lo que hoy te
arrepientes, hubo alguna razón, algo que te movió a ello. Aunque ahora estés
arrepentido.
Perdónate. Te mereces reconciliarte contigo mismo.
Te mereces la paz interior. Te mereces ser un poco más feliz contigo misma/o.
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