jueves, 12 de enero de 2017

El sueño de la Gaviota…

El sueño de la Gaviota…




El día comenzaba a clarear. En el horizonte una franja anaranjada se confundía con los azules y violetas de un cielo aún grisáceo que apenas se desperezaba de la cercana noche. Los párpados de luz, destellaban inquietos pugnando por ocupar su espacio en la sinfonía de un mar que besaba al cielo allá en el infinito.
Cuando abrí los ojos, el haz de luz me cegó por un momento. Traté de frotármelos con las manos, como hacía cada día al levantarme, pero me di cuenta que no tenía manos. ¡Habían desaparecido!
Confusa e incrédula, traté de fijar la mirada en mi maltrecho cuerpo, pero… ¡tampoco tenía cuerpo!, al menos mi cuerpo de ser humano.
Con horror vi unas patas palmeadas, las plumas que me cubrían y también mi boca, era ahora un pico, pico de ave, cuerpo de ave, ¡me había convertido en un ave!
Pero ¿qué tipo de ave era? Intenté pensar con mi cerebro de humana, pensé encontrar una explicación razonable para aquel extraordinario hecho, pero me día cuenta que tampoco era capaz de pensar como una persona. Miré a mí alrededor, corrí por la desierta playa y tímidamente me asomé a un charco. Vi mi imagen reflejada en el agua, pero no era yo, era ¡una gaviota! ¡Me había convertido en una gaviota!

Confusa, aturdida, perdida en aquel mar de dudas, en aquella playa lejana y hermosa, traté de serenarme, de intentar encontrar algo de lógica a aquella sin razón de esta extraña metamorfosis.
Salte tímidamente por los riscos, y me día cuenta que estaba ágil como nunca lo había estado, ahora solo me faltaba la prueba crucial, ¡intentar volar!
Aleteé con fuerza mis alas, sin atreverme aún a despegar las patas del suelo y por fin cogí impulso y levanté el vuelo. Tímido, raso al principio. Presuroso alto, luego. Aspirando el aire y el olor a salitre comencé a sentir por primera vez en mi vida, el auténtico significado de la palabra: libertad.
Alcé mis alas al viento, volé, volé alto y lejos, aspirando el aire, queriendo almacenar en mi retina, todo el paisaje y aquel cielo azul cuajado de nubes blancas, etéreas, luminosas… Embriagada de aquella sensación de libertad y paz, planeé luego sobre el manto azul de un mar en calma, me dejé mecer por el viento y por primera vez me sentí plena de dicha, repleta de felicidad. ¡Cuánta paz, cuanta quietud!.

Entonces, una bandada de gaviotas amigas, se me acercaron y en forma de bienvenida ofrecieron una magistral coreografía de vuelos y piruetas que cuan ágiles bailarinas, dibujaban entre el mar y el cielo una danza embriagadora. Me uní a ellas, intentando imitar sus majestuosos y sencillos movimientos… ¡Era el día más feliz de mi vida, sin duda alguna!

Cabalgamos sobre las olas, correteamos por el viento, nos lanzábamos veloces en caída libre para sumergirnos en las aguas marinas.
Después ya cansadas, regresamos a una roca amiga. Allí picoteando entre las algas y los pequeños moluscos, tuve la visión de mi imagen confusa reflejada en el agua. Era una gaviota sí, pero en mis ojos había una extraña y casi humana melancolía... algo así como una pena profunda que no alcanzaba a entender.
Viví unos días de paz y libertad. Corriendo por la arena, sobrevolando los acantilados, picoteando los peces que nos arrojaban un marinero amigo.
Mi alma de gaviota, mi cuerpo de gaviota, estaba resultando una experiencia inmemorable.

Un día que escaseaba la comida, me adentré con otras gaviotas hermanas, en un vertedero cerca de la playa. ¡Cuánta inmundicia! Cuanta basura es capaz de almacenar el ser humano. Latas, cartones, vidrios, plástico, mucho plástico, ese plástico maldito e indestructible que matan a los peces, que envenenan los campos y las aguas. Ese plástico mortal que se utiliza de manera insolidaria y desproporcionada.
Restos de comidas, eran nuestro alimento. Con el sucio pico y con las vísceras revueltas, rebuscaba entre las basuras algo para alimentarnos.
A veces, unos despiadados humanos trataban de espantarnos tirándonos piedras. Algunas de mis hermanas quedaron allí heridas o muertas al ser alcanzadas por una piedra o por un balín surgido del rifle de un insensato muchacho que se divertía disparándonos.

¿Qué pasará por la mente del ser humano para atacarnos de esta manera?
¿Qué placer pueden obtener al dispararnos y matarnos cuando ni tan siquiera aprovechan nuestra carne?
¿Por qué arrojan tantas basuras en un lugar cercano al mar sin importarles contaminar todo el paraje?,

Sumida en estas reflexiones, casi no me di cuenta de que mis compañeras habían levantado el vuelo y se retiraban en bandadas. Fue entonces cuando la vi.
Era una mujer mayor, tal vez tendría setenta o más años. Sus ropas casi harapientas estaban extrañamente limpias. Llevaba en la cabeza un pañuelo marrón, atado fuertemente a la barbilla y en sus manos una gran bolsa de tela. Escarbaba en un contenedor de basuras, rebuscaba los restos de comidas y seleccionaba aquella que creía útil para el consumo.

Por un instante, nuestras miradas se cruzaron. Ella tenía unos ojos marrones y pequeños, pero desprendían una hermosa luz. En su boca se dibujaba una tímida y leve sonrisa. Intenté escapar, levantar el vuelo, pero algo me retuvo. Ella, alzo su mano, y de entre aquellos restos de alimentos que había recolectado, sacó los mejores y me los ofreció generosa. Quedé admirada y sorprendida, por la generosidad de alguien que careciendo de casi todo era capaz de compartir lo poco que tenía.
Revoleteé nerviosa y emocionada, me posé junto a sus manos abiertas y como pude, rocé con mi pico aquellas manos generosas en un intento de beso de gratitud. Con la mejor sonrisa de gaviota, me alejé de allí, esperanzada. ¡Todavía podía creer en los seres humanos!
Volé, volé alto y rápido y pensé en cuantas personas lo estarían pasando mal, cuantas (como ahora yo) tenían que buscar el diario alimento en montañas de basuras.

Rendida, me dejé caer en una gran roca, al borde del acantiladlo. Entonces soñé como mis alas quedaban atrapadas en una mancha espesa y negruzca que me impedían alzar el vuelo. Una desgracia, un vertido incontrolado había cubierto de grasa una inmensa franja de mar, del mar de mis sueños…
Vi con terror como perecían mis compañeras gaviotas, como flotaban inertes multitud de peces, como yo misma me hundía en aquella negrura sin poder hacer nada para liberarme de aquella muerte cruel e inevitable.
Mi último pensamiento lo dediqué a aquella anciana, a su bondadoso gesto y en medio de la desesperación volví a pensar que tal vez el género humano no estaba del todo contaminado y podría llegar a evitar nuevas desgracias como aquella. Cerré los ojos y sencillamente me dejé arrastrar hacia abajo…

Un dolor agudo y punzante en la espalda, me hizo despertar. Anochecía, hacía frío y mis ropas estaban empapadas por el agua. Había subido la marea y las olas llegaban amorosas hasta mi cuerpo. Me froté los ojos, intenté ponerme de pie, mirar mis plumas cubiertas de grasa, más ya no había nada, solo era una mujer. Una mujer, un ser humano que había tenido un extraño sueño.

Pensé en todo lo sucedido y en lo triste de la historia, pero, aunque fuese de manera onírica, puede tener la sensación de ser gaviota y volar.
Este sueño-metáfora, entraña esa ansia de libertad que todos llevamos dentro.
Destino…




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