A través de la ventana...
¿Cuántas veces nos habremos
colocado frente a una ventana para observar lo que sucede afuera?
Si nos hubiéramos tomado la
molestia de anotar todo lo que alcanzamos a ver, la lista sería interminable y
sorprendente, y, lo que, es más, mucho de lo visto y escrito podría
espantarnos.
Pero también habría que
reconocer que allí afuera hay mucho de bueno y que en gran medida eso mismo es
lo que nos permite aprender y superarnos, por poco que sea. Aún lo mínimo, si
es bueno, enseña.
Pero sucede que, al hacernos
ciertas preguntas, no siempre encontramos la valentía para contestarlas:
¿Qué suelen ver los demás
cuando nos miran a través de esa misma ventana?
¿Nos verán como realmente
somos?
¿Qué interpretarán al
observarnos? ¿Encontrarán todo en orden?
Cuando nosotros miramos hacia
el mundo, enseguida pensamos que habría muchas cosas para cambiar en él, pero
tal vez “nos olvidamos” que los demás también practican el mismo derecho de
observarnos y opinar.
Es entonces que quizás
optamos por la negación y decidimos cerrar la ventana para no ver aquello que
nos resulta ingrato del mundo exterior. Se nos ocurre que es una forma simple
de eliminar lo que nos molesta, aun comprendiendo que de esa manera los demás
tampoco nos verán y que terminaremos encerrados.
Si lo pensáramos bien,
llegaríamos a la conclusión que fundamentalmente somos nosotros quienes
deberíamos hacer algunos cambios, definiendo con sinceridad quién somos y cómo
somos, para luego sí llegar al equilibrio, aprendiendo a dejar abierta la
ventana con total tranquilidad, sin estar pendiente obsesivamente de lo que los
demás hacen o dicen, o si se acercan a su vez para evaluarnos.
Que quede abierta para tener
la posibilidad de airearnos y comunicarnos, no para juzgar o exhibirnos.
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