viernes, 8 de abril de 2016

EL JARDÍN...

EL JARDÍN...




Hay momentos en nuestras vidas que acuden a nuestra memoria recuerdos de lo que fue nuestro ayer, registros pasados que nunca se han borrado y que siguen estando vivos a pesar del paso de los años.
Esos registros, buenos o ingratos, tienen el poder de hacernos retroceder en el tiempo y según sea la oportunidad, solemos buscar que sean los buenos los que nos conduzcan en ese viaje.
Con los otros, intentamos que el olvido los lleve muy lejos, con el deseo de que nunca más consigan retornar a nuestra memoria.
Cuando es así y conseguimos que sean los gratos recuerdos los que nos guíen, tenemos la impresión de arribar a un “jardín imaginario”.
Ese jardín, en el que en muchas ocasiones nos sentimos bien acompañados, está tan bien cuidado en nuestro pensamiento, que no hay flor que no esté en él.
Nos hemos acostumbrado tanto a disfrutarlo y mantenerlo limpio y cuidado que dudamos que pueda existir otro que se le parezca en belleza o lo supere.
Podríamos hacer una lista perfectamente detalle enumerando todas sus virtudes, pero comprendemos de antemano que la lista sería tan larga que dejaría de tener sentido. Nos preguntamos si sería útil tener inventariados las fechas y los detalles de cada una de los recuerdos allí sembrados y llegamos a la conclusión que el hecho de mantenerlos vivos junto a nosotros es lo que verdaderamente importa.
Como en todo jardín, para mantenerlo a salvo, hay que regarlo, limpiarlo. Buscando que no nos invadan ciertas “malezas”, esas que tanto abundan y que, tal como sabemos de sobra, son capaces de arruinar aún el mejor jardín si el descuido o el abandono nos supera.
Si tenemos la suerte de tener en la memoria un jardín como ese, está en nosotros la responsabilidad de preservarlo para poder seguir disfrutándolo. Debemos cuidarlo, desmalezarlo, atenderlo, y mantenerlo bajo riego constante. Eso hace maravillas.







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