Hay palabras que sanan, palabras que hieren y palabras que matan.
Cada palabra pronunciada es un conjuro capaz de ejercer su magia sin necesidad de nuestra intervención. Hay palabras que sanan, palabras que hieren y palabras que matan... Y su efecto no siempre depende de nuestra intención.
A menudo no somos consciente del poder de la palabra y, por eso mismo, las pronunciamos sin conciencia ni atención.
Hay que medir las palabras, meditar las, degustarlas, contemplar las, dejar que crezcan en el silencio antes de pronunciarlas... Porque una vez lanzadas a la existencia, cobran vida propia... Y no siempre son reflejo de la palabra.
Quiera Dios que seamos capaces de pronunciar sólo aquellas palabras capaces de dar vida y fruto, no callando si no ha callando, silenciando, transmutando y transformando a través del silencio, todo lo demás. Que seamos eco de la palabra en nuestro decir y hacer... Que nuestra vida diga mucho, y nosotros lo justo.
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