Con La Vida, en una maleta...
Es sencillo de contar y sencillo de leer.
Una persona joven creyó en la triste utopía social en la que
te dicen que tienes que ser bueno, estudiar, tener un trabajo estable,
conseguir una pareja afín, tener hijos o no, y “vivir felices para siempre”.
Esa persona, al pasar los años, fue tomando conciencia de
varias cosas:
Sus padres habían crecido bajo ese orden, de las cosas.
Sus padres tuvieron hijos, pero no supieron cuidarlos. Éste
punto es disculpable porque los niños simplemente no vienen con un manual de
instrucciones.
Sus padres no eran felices juntos, pero mantenían una
fachada de tranquilidad “por el bien de los niños”
La frustración de los adultos se vio reflejada en los
pequeños: violencia intrafamiliar de todo tipo, falta de apoyo moral, falta de
interés…
Aun, viendo y viviendo todo esto, la persona en cuestión se
dice a sí misma que eso jamás le pasaría. Que tendría la madurez suficiente
para no repetir los errores de sus padres, que superaría sus inseguridades y
podría ser incluso feliz, siguiendo el patrón social.
Y así lo hizo…más o menos. Sufrió los traumas de la
agresión, la falta de autoestima le hizo una persona aislada y diferente, una
niñez y adolescencia caóticas, en un mundo inventado solo para su desahogo.
Con la llegada de la mayoría de edad llegó también algo más
de libertad, pero no la libertad que todos imaginan; ¡sino la libertad de
pensar! De hacerse sus propias opiniones basadas en hechos y estudios, de ver
ejemplos fallidos de los esquemas de pareja y familia socialmente aceptados y
cuestionarse si era eso lo que quería de su futuro.
Su mente frágil y su sentimiento de poco valor le hicieron
seguir: estudio, trabajo, pareja, hijos… Pero con cada año que pasaba se daba
cuenta de que estaba viviendo la mentira que le habían vendido la sociedad, la
tradición y la costumbre. Se empezó a convertir, sin darse cuenta al principio,
en ese progenitor que nunca quiso ser, en esa pareja que soñaba con algo
diferente, en un ser lleno de frustración y de ira.
“¿Cuántas personas viven así?”, pensó. “¿Quiero seguir
viviendo mi vida y someter a mis hijos a esa fórmula errada que nos exige la
cultura?”
Su criticidad es un defecto para todos. ¡Sus ideas son
radicales e insoportables, son inmorales! Pero hay algo dentro que le dice, que
es lo mejor para todos, que las cosas cambien de una vez. Un año le llevó tomar
la decisión, uno lleno de pérdidas y desamor. de abandono y agresión.
Un día decidió, que era suficiente. Se dio cuenta que su
vida era un hilo frágil que se tambaleaba con el viento… se decidió y se
marchó.
No se fue a vivir momentos felices… perdió a sus seres
amados y todas sus posesiones. Cargó su ropa, sus zapatos, sus mantas, unos
pesos y su vida, en una maleta. Es titánico, el peso que alguien puede llevar
si tiene determinación.
Ahora, piensa qué sucederá en adelante, tiene miedo, la
soledad es abrumadora. Se pregunta mil veces cada día sí hizo lo que debió
hacer, pero le responde su propio eco con la misma pregunta, sin contestar.
¿Cuántas personas ha logrado salir adelante sólo con unos
pesos y su vida en una maleta? Es una pregunta interesante, pero también lo es
la siguiente; ¿Cuántas personas logran salir adelante sin perder la cordura en
una vida armada, por preceptos y no por convicciones; por amor verdadero y no
por miedo?
Yo admiro a las personas que caminan con sus maletas, pies
sangrando y espaldas curvadas por el dolor. Han sido valientes. Han sido honestas,
y algún día dejarán su maleta a la orilla, de un riachuelo calmo para, con sus aguas,
recobrar la fuerza.