Ningún adiós es fácil...
Ningún adiós es fácil, no es sencillo recibirlo y nunca hay
suficiente tiempo para reunir las palabras precisas, para comunicarlo a quien
nos acompañó por un tiempo.
Por más lleno de piedad o ternura siempre está el dolor
presente como fiel guardián, garantizando que alguno de las dos sufras de
manera extrema y sea llevado hasta el precipicio de la locura, donde lo único
que se ve es la desesperanza, desolación, noches de llanto y llenas de dolor.
Por más suaves que sean las palabras del adiós, aunque a
cada tilde se le adornara con una flor, un vocablo por un regalo o abrazo por
un chocolate, el daño es garantizado. No hay explicación, sólo es como una
sentencia leída por un juez y "desde hoy sufridas y no te acompañaré
más".
El sentido de pertenencia desarrollado hacia el otro, él te
quiero y, el té amó como contratos, las ganas de no ser abandonados, la
felicidad puesta en el otro se va y, nosotros no tenemos argumentos con que
retenerla. Podemos estar disponibles sexualmente, afectiva mente, llamar en los
momentos de dificultad, volver a los detalles, que al inicio hicieron a esa
persona fijarse en nosotros, alejarnos, intentar fórmulas dichas por los
amigos, por los libros de psicología barata, consultar libros sagrados, y ni
así lograremos evitar que ese adiós se ejecute, un paso tras otro, hasta
hacernos comprender que nos hemos quedado solos, amando solos.
Nos acompañaran durante mucho tiempo, las canciones, los
amigos olvidados, uno que otro poema, los malos y los buenos consejos, las
recaídas, el llanto, tratando de sacar afuera el dolor, la necesidad de su voz
inicialmente, que pronuncié el contrato de regreso y luego sólo su voz, uno que
otro amor furtivo hasta que por fin esa soledad se consolide, hasta que la
pertenencia se pierda.
Esta tarea de estar recibiendo y dando adioses no es fácil,
hasta que por fin pasa uno de los dos acontecimientos, se nos adormece el
corazón o nos volvemos complejos, y se nos pierde el sentido del amor, de cómo
se siente, de cómo darlo o como recibirlo.
Y sin quererlo también nos volvemos expertos en darlo, y en
cuidar a los que los han recibido, ya sabemos que pasaran por la locura, las
ganas de morirnos, la desesperación, las entregas, a las otras fallidas, y por
último la sensatez y la aceptación; hay quienes lo viven más rápido o lo
disimulan más rápido, la verdad aún no la sé, pero este por lo general es el
proceso.
Y en la manera de dar el adiós es variada, una es
contundente, simplemente adiós y se dan sin mucha o alguna explicación; otra es
la cobarde, simplemente se deja que se enfríe la relación y algunas son
dolorosas, cuando por desdicha, nos vemos comparados con otros y vemos que
fuimos engañados por mucho tiempo y que los labios de la persona amada, fueron
compartidos con otra/o, que maldita mente se los ha venido robando.
Hay quienes se toman el tiempo, para ayudar al otro a decir
adiós, pero por más caritativa y loable que sea esta obra digna de santos (pues
escuchar a alguien al borde de la locura, que no lo logra entender, por qué, y
todo estaba bien, el adiós es inevitable) siempre terminan tomando posturas
radicales para que el proceso termine.
El adiós seguirá yendo y viniendo a nuestras vidas de
diferentes formas, algunas veces lo pronunciaremos, otros lo dirán como la
sentencia de muerte, otras veces será forzado por el destino, y sólo nos queda,
hacernos tarde o temprano amigos de él, como de otros tantos vicios que tiene
este ejercicio de seguir vivos...
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