¿Dónde empieza una Infidelidad?
¿Creen que un coqueteo es infidelidad? ¿Qué pasa con los
mensajes privados que tenemos con otros por Whatsapp? Hoy en día es cada vez más frecuente que una pareja discrepe
en si tal o cual comportamiento es o no infidelidad. El presunto “infiel”
insiste en que no lo fue, mientras que el supuesto “engañado” considera que sí
lo fue. Y es que antes era mucho más sencillo: si no había habido coito, no
había sido realmente infidelidad. Por el contrario, actualmente solemos
calificar como infieles comportamientos que van desde consumir pornografía
hasta haber conformado dos familias al mismo tiempo. Recordemos que el concepto
de infidelidad es una construcción cultural que se transmite de generación en
generación y que varía en la medida en que lo hacen una serie de variables del contexto ambiental.
Dado los vertiginosos cambios sociales
ocurridos en las últimas décadas en especial con la llegada de internet y la mensajería definir este concepto se ha vuelto
especialmente controversial. Estamos inmersos dentro de un período de
transición en que no hay una única definición de
infidelidad, sino que coexisten visiones muy distintas, incluso entre los
especialistas. Es por ello que no deberíamos hablar de LA infidelidad, sino que
de INFIDELIDADES. ¡Son tantos los tipos y grados que el panorama resultante es
altamente complejo!
Cuando hablamos de transición, nos referimos a que los
antiguos modelos tradicionales y nuevos modelos posmodernos coexisten, haciendo
este concepto más confuso. Es así como quienes son más tradicionales continúan
concibiendo la infidelidad desde un doble estándar: los hombres serían infieles por naturaleza, donde el puro coito
sin involucramiento afectivo, no tiene ninguna importancia. Mientras que por
otro lado asumen que, como las mujeres no pueden evitar involucrar sus sentimientos, una
infidelidad femenina es
siempre algo serio, haya habido o no sexo.
Desde la otra vereda, quienes están más inmersos en el nuevo modelo pos moderno han
ido ampliando enormemente la gama de criterios para definir la, conformando un
continuo imaginario que iría desde simplemente soñar con otra persona hasta
relaciones paralelas de larga data, pasando por fantasías sexuales, mensajes
virtuales o sentimientos románticos platónicos. Al parecer el pos modernismo trajo aparejado lecturas más sofisticadas y exigentes de la realidad. Lo
importante es que comprendamos que ambas miradas (tradicionales y pos moderna)
cohabitan hoy en nuestra cultura, complicándonos y confundiéndonos. ¿Cómo vamos
a definir entonces una infidelidad, dónde empieza realmente una infidelidad?
Pero, aunque no hayamos alcanzado aún una definición
consensuada, sí se han mencionado algunos indicadores que presumible mente caracterizarían a una infidelidad: incumplimiento del pacto de exclusividad
establecido ya sea explícita o implícitamente con nuestra pareja formal, en la
medida en que el presunto trasgresor se habría de alguna forma involucrado con
otra persona. Dicho involucra miento puede haber sido emocional y/o sexual, en persona o virtualmente, con alguien conocido o desconocido, de mayor o menor
intensidad, de corta o larga duración, en una sola ocasión o reiteradamente.
Como pueden ver, esta descripción es tan amplia y vaga que, en última
instancia, casi cualquier comportamiento a meritaría ser catalogado como de
infiel, con las consiguientes consecuencias que ello implicaría para la
relación. Es como si ahora todo valiese
lo mismo y todo cupiese dentro de un mismo saco.
Entonces, no existiendo una de limitación precisa de la
infidelidad, creemos fundamental construirla en pareja. Sería muy importante
conversar abiertamente con nuestra pareja, desde un inicio, lo que nosotros dos
en particular vamos a considerar subjetiva mente como actos infieles. En otras
palabras, transformemos un acuerdo implícito y vago en otro explícito y
detallado que no deje cabos sueltos que se puedan prestar a futuro para malos
entendidos. De este modo, el calificar si hubo o no infidelidad no dependerá de
cánones objetivos externos, sino que de aquellas expectativas subjetivas que
ambos hayamos acordado al respecto. Pero, asimismo, como no todos los
comportamientos infieles son iguales ni tampoco equivalentes, tendríamos que contextualizar los, puesto que es muy distinto el daño que puede provocar un
acto aislado engatillado por ciertas circunstancias que un involucra miento afectivo-sexual que haya durado años. Para ello les proponemos que ustedes le
asignen nombres específicos diferentes a los distintos grados y tipos de
infidelidad, teniendo presente además aquellos factores que pueden estar
jugando un rol atenuante o bien agravante.
Quisiéramos sugerirles que en este proceso de definición
tuviesen en cuenta dos aspectos que consideramos fundamentales: el contexto
cultural y el oculta miento. Dada su larga tradición judío-cristiana, en nuestra
sociedad occidental se nos transmite desde la infancia una postura valórica en
torno a la deseabilidad de una exclusividad entre una pareja tanto en lo afectivo
como en lo sexual por lo que consecuentemente, al consultárselo, la inmensa
mayoría de la población asegura que la fidelidad es un comportamiento positivo
esperable y que la infidelidad, por el contrario, daña cualquier relación. Si
antes era social mente más aceptado el adulterio y las conductas infieles en los
hombres, en las últimas décadas el juicio moral y la suposición implícita de un
pacto de fidelidad es hoy prácticamente igual para ambos sexos.
Quizás uno de
los criterios más indiscutibles para delimitar la infidelidad sea el hecho de
que, por lo general, esta acción se ejecuta premeditadamente a escondidas o a espaldas de nuestra pareja, incurriendo en aquellos
inevitables disimulos y falsedades que llevan aparejados. Dicho oculta miento está denotando que el “infractor” es plenamente consciente de que está
cometiendo una afrenta, de que está trasgrediendo una cláusula del contrato
básico de lealtad asumido por ambos y teme que, de saberse, habría de seguro
más de alguna consecuencia negativa.
Todavía algunos justifican la decisión de ser infiel en que
la monogamia en los humanos es un mito, como si los impulsos que tienen alguna
base biológica constituyesen un determinismo absoluto contra el cual nada
pudiésemos hacer, olvidando que la infidelidad es una conducta y, como tal, es
siempre una decisión voluntaria. Así que en vez de quedarnos atrapados en la
bizantina discusión de si somos o no infieles por naturaleza, habría que
comprender más a fondo en qué consiste y cómo afecta una infidelidad a nuestra
pareja. Más que una norma moral, el comportamiento infiel estaría
contraviniendo un ideal ético que subjetiva mente anhelábamos respetar y un
acuerdo que nos proponíamos cumplir. Al tomar la decisión de ser infiel estamos
rompiendo un pacto de lealtad que le va a ocasionar sufrimiento a nuestra
pareja junto con la pérdida de confianza producto de las mentiras. Y, lo más
importante en toda esta discusión: No tapemos el sol con el dedo y miremos el
dolor que podemos causar.
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