Carta de un anciano, a sus
seres queridos...
Con frecuencia, con demasiada frecuencia, nos llegan
noticias de abandono de ancianos, e incluso de eliminación de los mismos por
inútiles para la sociedad.
Se habla ahora de la eutanasia. Los ancianos van con miedo a
algunos hospitales o geriátricos porque no saben lo que van a hacer con ellos.
Se ha visto materialmente consumirse a un grupo de ancianos
en los llamados hogares de acogida, o casas de ancianos. Y en muchas de ellas
las mejores áreas son para los que pagan bien. Muchas de estas son denunciadas
a las autoridades y a la larga no se consigue acabar con ellas, y sus
injusticias tan crueles.
Me he acordado de una historia que tengo en mis escritos, y
con mucho gusto se las ofrezco al lector que, seguro, tiene buen corazón para
los que han dado la vida por nosotros.
El día que este viejo y ya no sea el mismo, ten paciencia y
comprenderme. Cuando derrame la comida sobre mi camisa y olvide como amarrarme
mis zapatos, recuerda las horas que pasé enseñándote a hacer las mismas cosas.
Si cuando dialogas conmigo, y te repito y repito las mismas
palabras que sabes de sobra como terminan, no me interrumpas y escúchame.
Cuando eras muy pequeña/o para que te durmieras tuve que contarte miles de
veces el mismo cuento hasta que cerraras los ojos.
Cuando estamos reunidos y sin querer haga mis necesidades,
no te avergüences y comprenderme que no tengo la culpa de ello, pues ya no
puedo controlarme. Piensa cuantas veces cuando eras niña/o te ayudé y estuve
paciente a tu lado esperando a que terminaras con lo que estabas haciendo.
No me reproches porque no quiera bañarme; no me regañes por
ello. Recuerda los momentos que te perseguía con los miles de pretextos que te
inventabas para hacerte más agradable tu baño. Acéptame y perdóname. Ya que soy
el niño ahora.
Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas
tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo que
sea necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona. Acuérdate que yo fui
quien te enseñó tantas cosas. Comer, vestirte y tu educación para enfrentar la
vida tan bien como lo haces, son productos de mis esfuerzos y perseverancia por
ti.
Cuando en algún momento mientras hablamos me llegue a
olvidar de que estamos hablando, dame todo el tiempo que sea necesario hasta
que yo recuerde, y si no puedo hacerlo no te burles de mi; tal vez no era
importante lo que hablaba y me conformo con que me escuches en ese momento.
Si alguna vez ya no quiero comer, no me insistas. Sé cuánto
puedo y cuanto no debo. También comprende que con el tiempo ya no tengo dientes
para morder, ni gusto para sentir. Cuando me fallen mis piernas por estar
cansadas para andar, dame tu mano tierna para apoyarme como lo hice yo cuando
comenzaste a caminar con tus débiles piernas.
Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no quiero
vivir y sólo quiero morir, no se enfaden conmigo. Algún día entenderás que esto
no tiene que ver con su cariño o cuánto las amo. Trata de comprender que ya no vivo,
sino que sobrevivo, y eso no es vivir.
Siempre quise lo mejor para ustedes y he preparado los
caminos que han debido recorrer. Piensa entonces que con el paso que me adelanto
a dar, estoy construyendo para ustedes otra ruta en otro tiempo, pero siempre
con ustedes.
No se sientan triste o impotente por verme como me ven. Dame
tu corazón, comprenderme y apoyarme como lo hice cuando empezaron a vivir. De
la misma manera como las he acompañado en su sendero, les ruego me acompañen a
terminar el mío. Dándome amor y paciencia, que les devolveré con gratitud y
sonrisa con el inmenso amor que les tengo.
Hay que mirar a los ojos de los ancianos y decir
sencillamente:
Gracias por lo mucho que te debemos...
Un abrazo fuerte, y siempre con ustedes...
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