viernes, 2 de septiembre de 2016

Me da miedo, mi propio miedo…

Me da miedo, mi propio miedo…



El miedo es una emoción tan necesaria que nos ha ayudado a sobrevivir a las adversidades con las que nos hemos encontrado a lo largo de la historia, tanto la personal como la que se enmarca en el recorrido temporal de nuestra especie. Es imprescindible, un aliado, un amigo. Es la alarma que nos ayuda a identificar lo que puede ser peligroso para nuestra supervivencia.
Pero este supuesto amigo también puede dejar de ser todas estas cosas, para pasar a ser un enemigo. La realidad es que él nunca lo ha pretendido, siempre ha querido ayudarnos. Somos nosotros mismos los que lo convertimos en un rival, en un adversario al que hay que aniquilar para poder vivir en paz.
Cuando nos encontramos en nuestro camino con un peligro, el miedo toma la alternativa de poner en marcha toda una serie de mecanismos destinados a que salgamos airosos de ese trance.
Algunos de estos mecanismos son: hacernos sudar para que nuestra piel se vuelva resbaladiza, ya que, si un depredador nos muerde, será más fácil que resbale. También lleva la sangre del estómago a pies y manos, para de esta manera poder correr más rápido o luchar con más fuerza. Otros mecanismos que esta emoción pone en marcha son: dilatar nuestras pupilas, hacernos hiperventilar, etc.
Todo ello está encaminado a ayudarnos, a ponernos a salvo, pues ese es el objetivo del ser humano: sobrevivir en el mundo. La naturaleza, que es sabia, nos ha dado recursos para ello.
¿Por qué no soporto sentir miedo?
Sí lo soportas, pero te dices a ti mismo que no lo soportas y ahí está el problema. El miedo pretende ser amigo tuyo y avisarte de que puede atropellarte un auto, morderte un perro o ser asaltado. Para darte esos avisos necesita poner en marcha, como hemos dicho, sus mecanismos, los únicos que conoce.
Esos mecanismos son interpretados por ti, como terribles, insoportables, horrorosos…y de esta forma vuelves a llamarlo para que venga a salvarte. Esta vez, el peligro son los propios síntomas que quieren salvarte.
Menuda contradicción, ¿verdad? Pues, aunque sea paradójico, esto es lo que les ocurre exactamente a muchísimas personas. En el trastorno de pánico, por ejemplo, la persona empieza a sentir las manifestaciones propias del miedo y las interpreta como peligrosas porque piensa: “¡Me está dando un infarto!”, “¡Voy a morir aquí mismo!”
Evidentemente, eso le provoca más terror, lo que aumenta mucho más las palpitaciones, los sudores o los temblores, confirmando las interpretaciones catastróficas. Al final se cierra un círculo vicioso que nos resulta insoportable y se consolida el miedo al propio miedo, lo que resulta sumamente incapacitante porque en realidad la sombra de la que tenemos miedo es la propia.
¿Cómo cortar el círculo del miedo?
Existe la forma de cortar ese círculo vicioso del miedo, aunque para ello tendrás que aceptar que vas a pasar con un poco de miedo. Sí, ¡otra contradicción! Para librarte de tu propio miedo has de aceptarlo e integrarlo como parte de ti.
Para poder llegar a esa aceptación, el primer paso es no juzgarlo y dejarlo estar. Siéntelo, abrázalo y háblale como a un amigo con el que te estás reconciliando.
Recuerda que el miedo no quiere hacerte daño, si no protegerte. No quieras que se marche de tu ser, de tu vida. Invítalo a quedarse, aunque de vez en cuando moleste, en el fondo, es un gran compañero de vida.
El segundo paso, una vez has aceptado a tu miedo es debatir con él, pero siempre desde la aceptación. El miedo te va a hacer interpretarlo como peligroso, pero tú sabes que no lo es, que, si lo sientes, es solo porque estás creyendo que es así, aunque sea falso.
Pregúntale a esos pensamientos ansiosos: ¿Cómo sé que esto es un infarto? ¿No es mucho más probable que se trate de síntomas ansiosos? Si esto ya me ha ocurrido más veces y nunca me he desmayado, ¿por qué iba a ocurrir ahora?
Una vez te contestes a ti mismo con franqueza todas estas preguntas, te darás cuenta de que tus interpretaciones son las responsables de que el miedo se ponga a trabajar a una intensidad más alta de lo necesario o que permanezca en el tiempo cuando ya hemos comprobado que no está justificado.




No hay comentarios:

Publicar un comentario