Mi viejo, el abuelo...
El abuelo, joven aún, es un hombre curtido por la
experiencia, endurecido por una vida difícil y la absurda educación de una
época oscura, difícil; un hombre de esos que no lloran, que no expresan, que se
comen sus sentimientos...
Un hombre de abundante pelo canoso y pocas arrugas en torno
a los ojos, ni siquiera en la frente, salvo una profunda; la del eterno ceño
fruncido. Aunque esa debía tener la ya a los 20 años, piensa el niño que lo
mira sonriente y divertido mientras el abuelo le echa bronca por llevar los cordones
desatados y los pantalones más bajo de la cintura.
Los cordones desatados... A ver, abuelo que ahora se usan
así, que lo otro es de frikis. Ríe y su risa suena como cascabeles, y su mirada
ingenua y limpia se clava en los ojos del abuelo. Su voz cantarina lo desarma,
ya no hay ceño, bueno, y si hay ceño, pero difuminado por la amplia sonrisa que
ilumina la cara del hombre recto y recio.
Porque el nieto, un niño aún, mantiene la ternura de una
infancia feliz, una vida segura y sosegada, de un mundo donde las lágrimas no
están prohibidas y menos aún las risas. Un niño acostumbrado a abrazar y a ser
abrazado, a besar, a sentir, dejar fluir, a fluir.
Y la mano áspera y nudosa del abuelo alborota el pelo del
niño. ¡A ver si tus padres te llevan a recortar ese pelo, que pareces un
hippie! Y el niño se ríe de nuevo y la sonrisa se confunde con el sonido de las
campanas de la iglesia. Y con su manita sonrosada y redonda agarra la mano de
su abuelo, morena y con algunas manchas oscuras, de esas que salen con el paso
del tiempo. ¡Hay!, Que me despeinadas.
Y ambos se miran, se sonríen; y ambos observan este lunar
situado junto de bajo del ojo derecho, casi en el pómulo... Idéntico lunar en
la mejilla atezada del abuelo y en la carita lozana del nieto.
Tú sabes bien abuelo que te quiero un montón...
Y el abuelo, con la mirada algo velada por la emoción que ya
no trata de disimular, siente que su vida vale la pena, que todo ha valido la
pena, que el mundo es un lugar donde le gusta estar...
Los abuelos siempre han convivido con sus nietos, siempre ha
estado ahí, pero ahora que todo está de moda, es precisamente cuando más solos
se encuentran, más abandonados y menos respetados. No lo merecen, nadie lo
merece... Hay que practicar la convivencia, con los mayores.
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