Serenidad y La Fuerza Interior...
Todos queremos que el tiempo no vaya rápido, porque
si los días, los meses y los años pasan veloces, pronto se acabará nuestra
estancia aquí, y la mayoría no queremos que esto acabe. Imagino que muchos
pensáis así, de este mismo modo: “Si el tiempo pasa rápido, también mi vida
pasa rápida”.
Todas estas reflexiones nos valen para que podamos
plantearnos una pregunta. Es una pregunta de las más importantes de nuestra
vida, no por ella en sí, sino por la respuesta que cada uno de nosotros podamos
darle en nuestro interior, en nuestro corazón. Digo en nuestro corazón porque
no es una pregunta para la mente. Solo nuestro corazón sabe la respuesta
verdadera, y tenemos que escucharle si queremos saberla.
¿Y si estuviese en nuestras manos incrementar el
número de años que aún nos queda por vivir? Muchos responderíamos que cuantos
más años mejor. Esta respuesta parece coherente, pues supone seguir más tiempo
con los nuestros, hacer más cosas, atrasar ese momento de la partida que nos provoca
tanta incertidumbre.
Si reflexionemos un poco podemos darnos cuenta que
una parte importante de la respuesta la hemos omitido, pues nada decimos sobre
cómo emplearemos esos años. Veamos:
– Un cierto número de años vividos con paz y
serenidad, posiblemente sea mejor que un mayor número de años sintiendo temor,
o estando muy inquietos y alterados.
– Vivir siendo feliz y haciendo felices a otras personas, parece preferible a
vivir más tiempo pero en conflicto con nuestros familiares y amigos, haciéndoles
sufrir o causándoles tristeza.
– Una hora, sí una sola hora vivida sintiendo alegría, gratitud o Amor en
nuestro corazón, parece mejor elección que muchas horas de rencor o desamor.
Lo importante no es el tiempo que aún hemos de
permanecer aquí, sino lo que hagamos durante ese tiempo. Hemos de hacer una
obra de arte de cada día, de cada hora que estemos viviendo. Sí, una obra de
arte. Cuando nos llegue la hora de marcharnos, debemos de ser personas de una
gran serenidad y armonía, seres que vibren en Amor. Sin duda que nuestro
rostro tendrá cada día más arrugas, y que nuestro cuerpo se irá deteriorando
con el paso del tiempo, es el proceso natural de la vida. Pero podemos ser cada
día personas más bellas internamente, sintiendo e irradiando a nuestro
entorno la auténtica belleza, la que surge del Amor que somos en nuestro
corazón.
Para lograr la serenidad y la armonía, y esta
belleza interior de la que hablamos, basta con que seamos fieles a esta idea:
“lo más importante en nuestra vida, sin excepción,
son siempre las personas”. El objetivo y propósito de nuestra vida ha de ser
siempre el mismo con relación a los demás: respetarles, agradecerles,
ayudarles, escucharles, acompañarles… No importa que estén nerviosos y digan o
hagan algo inadecuado; ni que no entendamos los motivos por los que hacen eso
que nos parece tan absurdo; ni siquiera es importante que sintamos que en
nuestras relaciones nosotros ponemos mucho y ellos poco; ni que recordemos que
en el pasado nos ofendieron. Nada de eso importa.
Si vivimos siendo fieles a ese compromiso de darnos
lo mejor a nosotros y a los demás, seremos cada día más felices y sentiremos
como brota en nuestro corazón un manantial de paz y serenidad. El guía
sabio que hay en el interior de cada uno de nosotros nos da siempre lo que es
justo y nos corresponde, y por eso cuando somos egoístas o dañamos a otro nos
sentimos débiles e infelices, inquietos y desasosegados, mientras que cada vez
que damos lo mejor nos sentimos fuertes y felices, serenos y en paz.
Por las experiencias que hemos vivido, todos sabemos
que cuando se presenta una situación difícil, las personas que mejor saben
afrontarla y que son de la máxima ayuda para los demás, son las que tienen una
mayor fuerza interior, paz y serenidad.
Ya ves que es lo mismo serenidad, paz y fuerza
interior. Todos sabemos que la paz y la serenidad no podemos encontrarlas fuera
de nosotros, pues ambas están en nuestro interior
¿Qué podemos hacer para desarrollarlas? Algunas
ideas:
a) La fuerza interior de la que aquí hablamos es distinta
de lo que normalmente se entiende por una persona fuerte. Hay una creencia
errónea, pero muy extendida, de que una persona fuerte es aquella que se
muestra con gran carácter, inflexible, que cree saber siempre como deben ser
las cosas, que incluso ataca a otros y se sale con la suya. Algunas personas
inseguras se muestran de ese modo, para que no se les vea su inseguridad, su
temor, y sus dudas.
La persona con auténtica fuerza interior es dulce y sensible. Dice las cosas
sin agredir, sin ofender, sin imponer. Y lo hace así, porque se siente segura y
no necesita presionar o manipular a los demás. Es tolerante, dialogante y
flexible. Como no se siente herida por las opiniones contrarias, no tiene
necesidad de herir ni de ofender. Reconoce cuando se ha equivocado, y con
naturalidad le da la razón al otro.
Todo esto nos proporciona ya una buena pista sobre
qué hacer para que brote nuestra fuerza interior, nuestra serenidad: decir las
cosas bien, atender las razones del otro, ser flexible, llegar a acuerdos,
agradecer, disculparnos, reconocer los aciertos de la otra persona…
b) Crece también nuestra paz interior, nuestra
fuerza interior, cuando vamos desarrollando la capacidad de interesarnos de
verdad por los demás, por ellos mismos, y no únicamente por lo que nos puedan
dar a nosotros.
Cuando comenzamos a dar (al decir dar no me refiero a cosas materiales, aunque
también las podemos incluir, sino principalmente a dar nuestro tiempo,
comprensión, gratitud, interés hacia el otro, a sus planes, a sus ilusiones, a
sus problemas…), sucede algo muy singular: cada día necesitamos menos. Cuanto
más damos, menos necesitamos, pues nos sentimos más plenos. Y así,
levantándonos cada día con esa ilusión de compartir todo lo mejor y más hermoso
que hay en nosotros, nos vamos sintiendo más felices, serenos, y en paz. Y ya
sabéis que del corazón de una persona que vive en serenidad y con paz solo
salen bendiciones.
Todo lo que aquí se dice puede parecernos más o
menos bonito o interesante, pero para que sea una realidad en nuestras vidas,
hemos de ponernos manos a la obra. Es el ejemplo que ya he puesto otras
veces: si una persona quiere adquirir musculatura, no la va a conseguir si
solo pasa cada día por la puerta del gimnasio y no entra en él a levantar
pesas.
Por eso hemos de expresar cada vez que podamos
nuestras mejores cualidades, pues al expresarlas se incrementan. Podemos
hacerlo de muchos modos:
– Si alguien nos hace un favor, le damos las
gracias, aunque no de modo rutinario, sino sintiendo que la gratitud sale de nuestro
corazón, de nuestro interior, pues en esencia somos gratitud.
– Tal vez tengamos cerca alguna persona, y pasan los días sin que le digamos lo
feliz que somos porque está junto a nosotros, o porque nos visita o nos llama.
Puede que haga tiempo que no le decimos que la necesitamos, que la amamos. ¿A
qué esperamos? ¿Alguien nos asegura que estará ahí mañana para decírselo
entonces?
– ¿Y qué podemos hacer cada uno con nosotros mismos? Siempre, siempre, siempre
lo mismo: sonreírnos, agradecernos, bendecirnos, amarnos en todo momento,
cuando lo hacemos bien y cuando nos equivocamos, por la mañana y por la noche,
en invierno y en verano. Nuestro mayor tesoro somos nosotros mismos.
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