Con el corazón cansado
La tristeza infinita contenida en tu mirada hizo que me diese cuenta de
que te había perdido, estabas a miles de kilómetros entre mis sábanas.
Quise aferrarme a tus falsas
caricias cuando el dolor abrazó mi corazón como el agua funde el hielo sin
remedio.
Sabía que te irías cuando abrí la
puerta de mis sueños y entré en la realidad de mis pesadillas, más allá de los
campos de trigo que el viento peina y dora el sol.
Deseé contagiarte de mi pasión
cuando con delicadas caricias alargué cada beso, cada súplica silenciosa… eras
mía una vez más, sin ser mía ya.
Tu cuerpo pedía libertad a tu
mente, que se compadecía de mí postergando la despedida, postergando el dolor
de una herida que sangraba oculta.
Llovía en nuestra casa entre un
aire quieto, expectante, cargado de silencio y palabras forzadas, saliendo sin
querer escapar del pecho.
La rutina de los días había apagado
el fuego que nos calentó y el frío llegaba poco a poco, que quisiéramos darnos
cuenta, sin querer abrir la caja de los vientos que se iban convirtiendo en
huracán incontenible.
Nos amábamos sin amor, haciéndonos daño sin querer, notando frías las
caricias, distantes los besos, cansados los cuerpos y roto el amor.
Un día en que sobraban las palabras,
nos miramos a los ojos, con esa tristeza infinita de sabernos heridos, desnudos
de sentimientos.
Entonces te abrí la puerta, nos
besamos por última vez y te alejaste de mi dolor dejándome en el limbo de tu
ausencia.
Desde aquel día no pasa una hora,
un minuto, un segundo, un instante… sin que el silencio me recuerde que ya no
estás, sin que este corazón, cansado de latir, olvide que te pertenece.
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