Un año más... o un año menos, según se mire... (Tercera y última parte).
¿Me quedan muchas cosas por hacer, a pesar de mi edad, avanzada?.
Seguramente tantas o muchas más que las que he realizado. Aunque también es verdad que seguramente nunca antes estuve preparado para vivir lo esencial de mi vida, todo aquello que día a día intento vivir, hoy y ya para siempre. Y no me culpo por ello, no existe la mala suerte, si no, no estar preparado para vivir la buena...o la vida que siempre había soñado.
Si hiciera un repaso de mi historia hasta hoy, y qué mejor momento para hacerlo que en un escrito acerca de mí cumple años por venir, vería que nunca estuvo sobrando el amor, ni la felicidad, ni la verdadera libertad, ni de la confianza en mi o en mi propia vida. De lo demás, si hubo demasiados, miedos disfrazados de múltiples maneras, como de dudas, abandonos, palabras o silencios hirientes, retos inalcanzables, dolor, incomprensiones, soledad involuntaria, conflictos conmigo mismo y con los demás... en fin, todo aquello que permitimos que habite en nuestro pequeño mundo personal desde niños, en el que uno es espectador de su propia vida...
Desde luego, una pesada carga para ser feliz... y llegar con esperanza y ligereza hasta aquí y ahora, mis 68 años de edad. Pero, mientras uno aprende, van pasando los años y vas atesorando recuerdos y experiencias que, al parecer y según todos, te recuerdan que la vida es una lucha permanente y que el resultado de la misma es la felicidad. Craso error... por no llamarle engaño. Eso es simple y puro miedo a la vida, muchas veces inoculado por nuestros seres más queridos. Miedo a confiar en uno mismo y en la vida, sin más. Y basta mirar a nuestro alrededor para vernos rodeados de miedos y de acciones provocadas por este.
Desde un silencio indiferente... hasta un conflicto bélico. Tenemos un amplio repertorio de derivados del miedo. Y es precisamente a esta edad la mía, cuando aprendes que no es malicia sino el miedo, propio y ajeno, lo que más dañan nuestra vida y la de los demás.
Así, quizás porque ya no tienes nada importante que perder y en cuyo caso te lo llevas contigo, a cierta edad adquieres el valor que nunca antes habías tenido; defiendes lo tuyo como un preciado tesoro... y estás como nunca dispuesto a compartir ese tesoro con los demás... pues crece cuanto más se da. Y ese tesoro no es otra cosa que el amor, ese del que todos hablan... pero pocos están capacitados para vivir lo y, mucho menos, para compartirlo con los demás. Porque cuando al fin aparece en tu vida, lo que significa que le permite, es aflorar, desde tu interior, aunque sea gracias a una hada mágica y una princesa hoy silenciosa, que lo lograron despertar, te rejuvenece, te mantiene despierto ante lo que vives y le da sentido pleno a todo en tu vida. Incluidos los años que tardaste, hasta llegar el. Y, cuando eres capaz de vivir el amor y de compartirlo cada día, te das cuenta de que no pasan los años en vano, sino que se multiplican las oportunidades para amar... y eso, precisamente, es lo que te permite sentir la verdadera felicidad....
Gracias, por acompañarme en este escrito...
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