viernes, 9 de enero de 2015

Abrazar en nuestro corazón a nuestros padres...

La culpa no existe.


"Lo que nos cura es que podamos abrazar en nuestro corazón a nuestros padres y no tanto que seamos abrasados por ellos".

   

    Después de muchos años compartiendo la casa con nuestra familia, muchos nos independizamos algo resentidos, saliendo por la puerta de atrás. Y al encontrarnos cara a cara con nuestra propia vida, no dudamos en culpar a nuestros padres y hermanos por nuestras lagunas afectivas, nuestras inseguridades e incluso por la rabia que experimentamos al ver cómo el conflicto y la insatisfacción siguen protagonizando nuestras relaciones más íntimas.

    Sin embargo, aunque es infinitamente más fácil y cómodo señalar a nuestros progenitores como los responsables de nuestra infelicidad, tarde o temprano llega un día en que no nos queda más remedio que coger las riendas de nuestro destino. Sin duda alguna, esta es la verdadera emancipación, y suele venir acompañada de una de las mayores crisis existenciales que sufrimos a lo largo de nuestra vida:

Aceptar que, más allá de nuestro pasado, nuestro único problema en este preciso momento somos nosotros mismos.


Emociones tóxicas.


"Ni tu peor enemigo puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos".

   

    Los pensamientos, las palabras y las conductas negativas, propias de cualquier discusión o pelea, segregan muchísimo nuestra salud. Y esta ponzoña se va acumulando en nuestro interior, debilitando nuestro sistema inmunológico. De ahí que el odio o el rencor hacia nuestros padres o hermanos nos destruyan principalmente a nosotros mismos. Es casi como debernos una botella de veneno.

    Para salirnos del círculo vicioso de la ignorancia, hemos de comprender que, al igual que nosotros, todos los miembros de nuestra familia lo han hecho y lo siguen haciendo lo mejor que pueden en base a su grado de madurez y su nivel de conciencia. De hecho, todos necesitamos cometer errores para poder aprender y evolucionan como seres humanos.

    Así, más allá de señalar "la paja en el ojo ajeno", lo eficiente es responsabilizarnos por quitarnos "la viga" que nubla nuestra forma de ver e interpretar la realidad. Y dado que las personas que más intenta hacernos sufrir son las que peor están consigo mismas, podemos empezar a desarrollar la comparación, es decir, comprender que el otro también sufre, de ahí que no sea capaz de comportarse de una manera menos dañina.


Aceptar lo que ha sido.


"La sabiduría consiste en aprender tanto del amor como de la ignorancia".

   

    Llegados a este punto, veamos cómo le van las cosas a la familia en la actualidad. Mientras que el señor y la señora descansan en paz, las vidas emocionales de sus hijos han tomado cauces muy diferentes. El hijo mayor, por ejemplo, está divorciado y discute regularmente con sus hijos. Paralelamente, dos de sus hermanos, no se dirigen la palabra por desavenencias con la herencia.

    La característica común de estos tres hermanos, cuyos días están marcados por la insatisfacción y el mal humor, es que no han perdonado conscientemente a sus padres. Todavía no quieren ni pueden darles un lugar en su corazón. Aunque por motivos muy diferentes, los tres siente que la vida fue impuesta con ellos. Consideran que sus demonios internos son una consecuencia de los traumas originados durante sus respectivas instancias.

    Por lo tanto los tres hermanos siguen quejándose, lamentándose e incluso culpando a sus progenitores. A pesar de los años, y de eso supuesta experiencia, ninguno de ello ha tomado conciencia de que su pasado es el que es, y que por mucho que lo sigan condenando seguirán siendo tal y como fue. Parafraseando a Freud, todavía no "han matado a sus padres". Al no haber sido capaces de aceptar los tal como fueron, siguen cargando con un peso que no les corresponde.


Amar lo que es


"Quien no comprende, perdona y ama a sus padres, no encontrará la felicidad ni la paz interior en esta ni en otra vida".

   

    La vida del adulto, por otro lado, contrasta con la de sus hermanos. Durante unos cuantos años, el sufrimiento emocional condiciono su manera de pensar, de ser y de relacionarse con los demás. Sin embargo, finalmente fue capaz de comprender que todo lo que le había sucedido en la vida, incluyendo el legado emocional de sus padres y hermanos era justamente aquello que necesitaba para aprender a ser feliz por sí mismo.

    Por el camino descubrió que sus falsas creencias le llevaban a querer que las cosas fueran como el le gustaría, en vez de aceptar las cosas como eran. Comprendió que era precisamente su forma egocéntrica de interpretar la realidad la causa de todo su malestar.

    Comenzó a revisar su pasado y re interpretarlo, esta vez con una mirada más sabia y objetiva. Y concluyó que tanto sus padres como sus hermanos y el mismo lo habían hecho lo mejor que habían podido, con lo que no valía la pena seguir en guerra con todos ellos. Decidió perdonarlos, empezando a amarlos simplemente por lo que eran.

    Así es como un adulto puede lograr construir una familia armoniosa y unida, rompiendo la cadena emocional negativa que perpetúa en la mayoría de las familias. A sus hijos les hizo un gran regalo:

    La posibilidad de crecer sin el lastre de esa pesada mochila. Al cambiar el, cambió por completo su realidad. "Nunca es demasiado tarde para una infancia feliz".


Nadie puede hacernos sufrir.

    

    Cada vez más seres humanos estamos comprometiéndonos con nuestro desarrollo personal para dejar de ser víctimas de nuestras circunstancias externas y comenzar a ser responsables de nuestro bienestar interno. Dado que no podemos controlar lo que nos va sucediendo en la vida, si podemos dejar de reaccionar mecánicamente para dar una respuesta más consciente y pro activa ante esos mismos hechos. Aunque nos cueste reconocerlo, nadie tiene el poder de hacernos sufrir emocionalmente sin nuestro consentimiento. Si alguien nos insulta, por ejemplo, nuestro malestar surge como consecuencia de nuestra reacción al insulto, no del insulto en sí. En el espacio que existe entre el estímulo y la respuesta es donde se encuentra nuestra verdadera libertad. Siempre tenemos la capacidad de elegir.

Esto nos muestra como la comprensión de los hijos hacia los padres es la puerta que los conduce hacia el perdón, el amor y la felicidad.



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