miércoles, 7 de enero de 2015

Ser leal... Con uno mismo y con los demás.

¿Ser leal o no?

    Para ser leal a alguien o a algo uno debe ser el primero leal a uno mismo. Muchas veces creemos que la lealtad hacia alguien o hacia algo (una idea, una creencia, una doctrina, etc.) es, a pesar nuestro, es decir, muchas veces renunciando a nuestros principios y valores. De esa manera creemos ser fieles a algo o a alguien que trasciende a nuestra persona y nos demuestra nuestra firmeza, voluntad y rectitud.

    Y uno no puede dar algo que no tiene. No hay bien más preciado para dar a alguien o algo que lo que guardamos y protegeremos como un tesoro. Así, la lealtad con uno mismo, el ser coherente con nuestros principios y valores es un valor, quizás el mejor y/o único, para compartir con alguien o algo más, sobre todo si ese alguien o algo nos ayuda aún más a reforzar lo que somos y nuestra entrega. Y eso es extensible al amor, una de las lealtades más evidente que podemos experimentar.

    Cuando la lealtad hacia afuera se antepone a nuestra propia lealtad y coherencia interna, esa lealtad es vulnerable y efímera, aparte de que estamos otorgando a esa persona o idea, etc. un poder sobre nosotros, supeditando nuestro propio ser en ello. Y de ahí a la dependencia o servilismo, un paso. Por eso cuando una ideología o creencia (incluso religiosa) supedita a sus fieles seguidores, se convierte en algo contrario a ellos y, en muchos casos, los anula como personas. Ni que decir tiene que muchas organizaciones humanas de todo tipo (partidos políticos, ideologías, sistemas, doctrinas,etc.) viven de esa supeditación y dependencia, en aras de presuntamente proteger el bien colectivo, a cambio de anular la persona.

    Tenemos muchos ejemplos de ello. Cada vez que perdemos el sentido verdadero y convertimos un medio en un fin en sí mismo, estamos cediendo nuestro protagonismo en la vida a cuenta de otro presuntamente superior. Por citar un ejemplo evidente y actual, cuando un partido político y sus consignas obliga a sus miembros en contra de su criterio personal y sus decisiones, cuando hay una ley (aunque sea una constitución) supedita el interés del ciudadano o cuando una constitución, sólo, humana, nos obliga a renunciar a un derecho personal e inapelable, estamos desvirtuando el sentido último, por ejemplo, de una democracia, que no es más que el poder del pueblo, es decir, cada uno de nosotros.

    Pero el ser humano, lamentablemente, tiende a confundir a menudo los medios con los fines. Cuando el amor supedita a los seres que lo crean y comparten, cuando una idea anula al creador de la idea, cuando un bien colectivo se superpone al individual, es que estamos perdiendo la esencia de nuestra vida y nuestras acciones en ella. Y cuando se dan esas situaciones, apelamos a la lealtad, o mejor, a la falta de ella, para conducir nuestra actitud hacia, el engaño, aunque sea colectivo y, aparentemente conveniente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario