La juventud, de hoy en día, es de verdad un divino tesoro.
Creo y reconozco que la juventud de hoy me sorprende, cada día más y más. Aparte de sus veces excesiva formación académica y preparación, su tesón ante la dificultad de incorporarse al mundo laboral en condiciones y su resignación ante la incertidumbre y precariedad como modo de vida, aunque casi siempre muestren, y demuestren, su firme voluntad de encontrar tiempo para cambiar el mundo y, en lo posible, mejorarlo.
Y es que los jóvenes entienden que, en esta vida, hay un trabajo remunerado y otro sin remunerar, voluntario, solidario y altruista. Del primero viven o malviven, mientras con el segundo pretenden cambiar el mundo, ese mismo mundo que demasiadas veces les ningunea, les ignora o los agrede, como jóvenes que son.
¿Qué es sino esa imagen de "nini's" (" ni estudian ni trabajan") que los medios de comunicación fomentan y difunden, con profusión y descaro?.
¿Nos interesa al mundo de los mayores descalificar a la juventud, como ciudadanos de pleno derecho del presente y del futuro?.
¿Por qué para algunos mayores los jóvenes sólo son un plan de jubilación (que en su día pagará nuestra pensión) o, en el mejor de los casos, son sólo mano de obra barata, hiper formada y dispuesta a todo para trabajar?.
Quizás la deficiente educación escolar y universitaria no es más que la proyección de esa concepción errónea y adulta de la infancia y de la juventud.
Supongo que hay algo de miedo en nosotros los adultos, que debemos atónitos la mejor preparación académica, actitud y firmeza de valores de la juventud actual, a pesar de lo que se dice. Ellos, en muchos casos, son todo aquello que nosotros no tuvimos el valor de ser y defender, en un mundo que nos engulló y engañó con falsas expectativas, al que vendimos nuestra alma por un buen sueldo y una aparente confortabilidad y seguridad. Evidentemente, bastó que pasase el tiempo y nuestra vida sólo aparente para demostrarnos nuestro vital error. Pero hay que reconocer los errores, aunque sea tarde y mal. Y ese mundo opulento que creamos entre todos y alentamos con nuestra pasividad e indiferencia, se rompe en pedazos, y, lo que es peor, deja sin sentido gran parte de nuestra propia historia de adulto "sensatos".
Hoy muchos de nosotros somos padres, algunos incluso respetables, aunque no siempre respetuosos, al menos con nuestros hijos o los jóvenes en general. Y si además somos honestos con nosotros mismos, deberíamos admitir que demasiados años jugamos a vivir y construir un mundo vacío, inhumano e irreal, donde nos dijeron que había paz, progreso, justicia y humanidad, sostenibles y sostenidos en el tiempo. Pero hoy las evidencias nos dicen lo contrario, demostrando todo aquello que quizás todos sabíamos, pero que aprendimos a callar o a no mirar.
Si aceptamos que nuestro mundo tal y como lo vivimos hasta hoy es imperfecto y debemos cambiarlo urgentemente (aunque sin sentido lo vivido o mal vivido por nosotros, los mayores), deberemos aceptar también que los jóvenes están mejor dotados que nosotros para hacer ese cambio radical y necesario, entre otras cosas, porque desean vivir (y no se si mediar como nosotros, a cualquier precio) en un mundo mejor, el suyo, y el soñado por nosotros los adultos, aunque fuera en silencio, más humano, sostenible, ético y solidario, cueste lo que cueste, aunque para ello deban primero cuestionar nuestros errores, nuestra autoridad y nuestros principios, muchos de ellos traicionados hasta llegar a aquí y hoy.
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