Si te ama a ti mismo, sabes amar...
Amarse a uno mismo no es más que ser coherente con los valores internos de cada uno, dejarlos fluir y concederse el derecho a equivocarse, para aprender. No hay más, y a esto hemos venido a esta vida, para aprender. Y luego, compartir todo eso con y por amor.
Claro está que tenemos toda nuestra vida para lograrlo. No hay prisa, aunque nadie sabe el tiempo que permanecerá en esta vida. Y eso sólo es posible aceptando la realidad, que no es más que una serie de oportunidades que nos ofrece la vida para alcanzar esta meta. Mientras no aceptemos la realidad, poco o nada haremos en ese camino, tan sólo sobreviviremos en un mundo de ilusiones ficticias, que no hacen más que desvirtuar la realidad de la vida. Y sin realidad aceptada no hay ni puede haber amor.
Amor es aceptar la realidad y confiar en la vida. Porque, si no juzgamos lo que ella nos aporta, dividiremos las distintas experiencias como oportunidades para aceptar y conocer nuestra realidad, aunque a veces para ello debemos sufrir. El sufrimiento al fin y al cabo nos ayuda a despertar de la ficción. El amor y el dolor, y como consecuencia el sufrimiento que nos provoca, son emociones esenciales y circunstanciales del ser humano y, por tanto, de su vida.
Pero también es un don humano la libertad, que no es más que la capacidad de decidir que en efecto provoca cada circunstancia, gratificante o adversa, en nuestra vida. Pero, para ser libres, uno debe deshacerse de los condicionantes internos (lo aprendido de los demás, lo ya vivido, con sus secuelas y las expectativas no basadas en la realidad) y externos (lo que sucede alrededor nuestro y que nos hace sólo espectadores o víctimas propiciatorias de ello) y, siendo consistentes y protagonista del aquí y ahora, viviendo y construyendo cada día nuestra propia vida plena, con valentía, paso a paso, decisión a decisión... Y compartiendo la confirmé esa, sin miedo, con amor y voluntad.
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