domingo, 4 de enero de 2015

La normalidad como síntoma, patología de un pueblo.

    El estilo de vida que propone (o impone) la sociedad en la que vivimos no conduce a la salud mental, al bienestar ni a la felicidad. Al menos, esta es la tesis que parece desprenderse del estado de sanidad psiquiátrica en los países occidentales: incremento exponencial de la depresión, la ansiedad y el estrés. Y también del siempre silenciado suicidio.

    Vivimos inmersos en la cultura de la hiper velocidad, en la que nunca hay tiempo para asimilar y aceptar correctamente las experiencias que acumulamos día a día. Así, esta descarga emocional que no encuentra una vía de escape acaba por ser reprimida y sustituida, muchas veces, por falsas necesidades. Aquí es donde el consumismo entra en escena, al ritmo de impulso: ¿cuántas veces consumimos sexo, comida, cine, televisión, música con el único objetivo de evadirnos?. Y más importante aún, ¿cómo nos sentimos cuando se desvanece la eufórica satisfacción que se consumo nos ha provocado?.

    Los expertos en psicología y en coaching afirman que, tras el alivio momentáneo del malestar, suele regresar la sensación de vacío, síntoma inequívoco de frustración existencial, si bien el camino marcado por la sociedad nos arrastra a la denominada "normalidad", ésta no suele conducir a la felicidad. Y es que nos han enseñado a buscar en el exterior todo aquello que sólo podemos hallar dentro de nosotros mismos.

La normalidad como síntoma.

    "Cada vez que se encuentre del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar". Cuando llegamos a una cierta edad, lo "normal" es que nos establezcamos en un trabajo fijo, nos dediquemos a buscar casa y vendamos unos 20 o 30 años de nuestro tiempo a un banco cualquiera en aras de una hipoteca. En el caso de que tengamos pareja y llevemos un cierto tiempo de relación, lo "normal" es que nos casemos. Y más adelante, lo "normal"es que tengamos hijos. Al fin y al cabo, lo "normal"es aquello que es general o mayoritario, que ocurre habitualmente, por lo que no provoca extrañeza. También es aquello que sirve de norma o regla. Y como tal, pocas veces se cuestiona.

    Pero, ¿quién decide qué es lo normal? ¿Dónde nos lleva la normalidad?. Y más importante todavía: ¿seguir los cánones establecidos por la Sociedad nos garantiza gozar de una vida plena?. Más bien no. Sin embargo, los seres humanos tendemos a resistirnos a los cambios. Solemos tener miedo a lo diferente y lo desconocido. Además, la falta de confianza y de autoestima juega en nuestra contra, pues nos lleva a imitar las conductas de la mayoría, buscando en ellas re afirmación y seguridad. Así, muchas veces terminamos por asumir como propios los criterios mayoritarios "normales", pese a que en ocasiones no estén en consonancia con nuestros verdaderos valores y necesidades.

    Lo cierto es que superar el condicionamiento sociocultural recibido no es un trabajo fácil. Cuando una persona sigue los patrones de conducta establecidos como "normales", es aceptada y acogida por su entorno. Incluso se considera que la salud mental consiste en adaptarse a los parámetros convencionales de una sociedad, sin importar si dicha sociedad está sana o enferma. Lo único que cuenta es si uno se ha adaptado. Y cuando alguien opta por vivir sin ajustarse el rígido corsé de la normalidad, renunciando a diluirse en la conducta mayoritaria, se les suele tachar, como poco, de "raro".


El coraje de ser uno mismo.

"Se ríen de mí porque soy diferente; me río de ellos porque son todos iguales".

    Salirse del camino establecido suele ser motivo de ridiculizan y mofa. Sin embargo, es más sencillo caminar por la avenida que transita todo el mundo que iniciar una travesía en solitario, tomando las riendas de nuestra vida y siendo coherentes con lo que verdaderamente queremos hacer. Y es que sólo podemos encontrar la dirección (nuestra dirección) escuchándonos y siguiendo los dictados de nuestra intuición.

    La normalidad es el camino de la comodidad y el conformismo. Y aunque tiene sus ventajas, el precio a pagar es alto. Cada uno de nosotros nace como una semilla única y diferente a todas las demás, cuyo potencial sólo florece al seguir nuestro propio camino en la vida. De ahí la importancia de tener el coraje de ser nosotros mismos, desmarcándonos de los parámetros impuestos, que por lo general limita y sepultan nuestra autenticidad.

    Y es que lo establecido, lo convencional, lo conservador, lo viejo, lo de siempre y, en definitiva, lo "normal", es una posición existencial antinatural, puesto que todo está en continuo cambio y evolución. Así, para sanarnos de la patología de la normalidad hemos de ser honestos con nosotros mismos y tener el valor suficiente para convertirnos en la persona que podemos llegar a ser. Hoy es un buen día para dar el primer paso...

En clave de coaching;

¿Qué peso tiene lo que piensan los demás en tu toma de decisiones?

¿Qué pasaría si decidieras seguir tu propio camino?.

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