martes, 20 de enero de 2015

No tengas miedo, por tu bien...

En la vida solo tenemos dos opciones, llamarles esenciales:

El miedo o el amor.

Sin duda todos elegimos el amor, aunque no es siempre fácil.

    Porque el amor nos expande, ayuda a establecer relaciones positivas con los demás y con lo que nos rodea y nos ayuda a ser más nosotros mismos.

    El miedo, en cambio, nos contrae y bloquea ante lo que sucede a nuestro alrededor, establece relaciones negativas, e "incluso tóxicas", con los demás y el entorno y nos priva de dejar fluir lo que en realidad somos cada uno de nosotros, impidiéndonos la felicidad.

    No obstante, el miedo también tiene sus ventajas en nuestra vida. Ante la mera supervivencia es crucial, pues nos ayuda a estar permanentemente alertas a lo que sucede y, llegado el caso, a reaccionar, escapando de lo hostil que pudiera llegar a nuestra vida. Quizás sólo deberíamos cuestionarnos que denominamos "hostil", pues nuestra mente muchas veces se sirve del miedo y lo cronifica para que evitemos lo nuevo y lo desconocido que sin duda llega a nuestras vida.

    Pero, la verdad es que en nuestro mundo y tal como están las cosas, muchas veces el miedo, en el sentido más mundano, es lo que nos permite seguir vivos y/o impone la necesidad imperiosa de cambiar las cosas.

Por ejemplo: En un mundo insano como el nuestro, el miedo nos exige estar alertas a lo que llega a nuestra vida, día a día. Lo que nos rodea, los alimentos, el aire que respiramos, entre otras cosas más, se vuelven tóxicos y muchas veces atentan contra nuestra salud física, mental o emocional.

    A este tipo de miedo se le llama "miedo concreto", muy diferente a ese otro "ficticio creado" en nuestra mente. Ese otro miedo muchas veces se alimenta de recuerdos del pasado, de malas experiencias, de expectativas incumplidas y heridas. Y que casi nunca existen ya en nuestra vida.

    El "miedo concreto", sin embargo, es real y lo despiertan todos aquellos tóxicos que hay a nuestro alrededor, desde ciertas personas sin escrúpulos, a los alimentos, al aire o a los miles de riesgos que existen cada día en nuestras vidas. Y es entonces cuando el miedo nos invita a la prevención, a cuidarnos ante todo aquello que nos impide hacer tal como somos y sentimos, privándonos de vivir en paz y sanos.

    El ser humano tiene una enorme capacidad de adaptación, incluso ante lo que él es nocivo. Y eso, obviamente, incluye el vivir atemorizado, permanentemente, lo que configura una actitud vital y dañina. Una cosa es tener miedo ante una situación de incertidumbre, que otra muy distinta es incorporarlo como un hábito perenne en nuestra manera de vivir. Y lamentablemente conozco muchas personas que viven con el, como yo mismo hice durante demasiados años de mi vida. Vivir con miedo les impide recibir lo bueno de la vida y el amor que hay alrededor. Ven amenazadas, allí donde hay oportunidades para hacer felices y/o aprender a serlo. 

    Al fin y al cabo, el miedo en el fondo es una actitud en la vida, que sólo exige amor (es decir, confianza), libertad y valentía para qué no se convierta en un mal hábito y nos impida experimentar y compartir el amor que siempre hay a nuestro alrededor.

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