Exigencias... ¿Exigibles o no?
Ayer alguien me comentó que yo era demasiado exigente conmigo mismo y con los demás. Seguramente cuanto oí esta afirmación, responde con argumentos basados en mis creencias y en la importancia que para mí tiene la exigencia de coherencia. Comenté que hay pocas personas que desean realmente coherentes en su vida con lo que creen, piensan o sienten. Sólo hay que verlos actuar, contradiciendo todo aquello que afirman con contundencia y sugieren a los demás.
Pero, una vez más, reflexiono posterior sobre la afirmación sobre mi presuntamente demasiado alto nivel de exigencia. Y ahora pienso que es verdad. Siempre he sido una persona exigente conmigo mismo y, por ende, con los demás. Debo admitirlo. Tal vez se deba a mi manía de ser coherente hasta el último extremo. Creo que esa es una de mis cualidades y, por tanto, tal vez una de mis mayores limitaciones. Como siempre, el equilibrio es el punto justo. Ser el siguiente tal vez persigue la perfección y, a la vez, provoca una cierta ansiedad. Pero esa exigencia cada día más es fruto de mi innata necesidad de ponerme a prueba con una ciertas garantías, y no tanto por el reconocimiento que obtenga o no de los demás, ni del miedo ante la siempre posibilidad de equivocarme. Creo que mis grandes equivocaciones han sido la puerta principal de mi aprendizaje, gracias a lo cual he llegado hasta donde he llegado como persona, si es que llegado a algún lugar, destaca ble.
Pero cuando esa exigencia se proyecta hacia los demás, uno corre el peligro de ser en cierta forma una persona intolerante con las debilidades de los demás.
¿No será que yo mismo soy intolerante con mis debilidades?
Evidentemente, la debilidad es lo que me hace humano. Y, cada día más, acepto mi debilidad y mi flaqueza, después de tal vez demasiados años sin permitir melas. Erróneamente creí que la debilidad me hacía incapaz de lograr muchas cosas en mi vida. Y dado que en ella tuve que conseguir por mí mismo todo lo que hoy soy y tengo, pocas veces repare en mi debilidad, que obviamente la hubo en muchos momentos de mi vida. Pero, con el tiempo, me di cuenta de que lo que antaño fueron debilidades, llegar a ser consciente de ellas es cuando obtuve la mayor fortaleza. Reconocer mis errores y flaquezas es precisamente lo que me da firmeza como persona.
Así, reconocer que a veces tengo miedo o estoy confundido no me hace débil, sino consciente. Y, a la vez, esa conciencia es lo que me invita a superar mis debilidades. No es valiente el que no tiene miedo, sino el que mira y se da el miedo, de cara. Y si, a ratos debo gestionar mi confusión y mi miedo, incluso admitirlo públicamente, sin reparo. Ahora veo que ese es el necesario primer paso para dejar de sentir miedo ante una situación que se me escapa de las manos. Porque quizás la vida en ciertos momentos nos invita a dejarnos llevar por las circunstancias, incluso a las adversas, y a confiar en ellas. Todo en nuestra vida tiene su sentido, incluso lo desconocido e imprevisible, es decir, todo aquello que no controlamos y, por ello, nos provoca temor o confusión.
Confiar, una vez más, es la clave ante el exceso de exigencia. Si confío en mí mismo, no seré tan exigente conmigo, ni con los demás. Si confío en la vida y en su devenir, ahora ya se que ella me dará oportunidades para aprender y seguir mi camino, aunque pueda tener errores. La sabiduría de la vida es, afortunadamente, acumulativa. Y eso incluye aceptar tanto nuestra propia perfección como nuestra imperfección, y la de los demás. Al fin y al cabo, todos somos eternos aprendices ante la vida y, de una manera u otra, con nuestras percepciones e imperfecciones, todos transitamos por esta vida con la misma ignorancia y perplejidad ante lo nuevo y desconocido. Lo único que nos distingue a unos de otros es nuestra capacidad de sorprendernos y dejarnos sorprender por la vida y la valentía que demostramos para hacer coherentes con lo que sentimos en nuestro interior. Así, crecer juntos es un privilegio, en el que aprendemos a perdonarnos mutuamente y a celebrar el logro de ser más coherentes y tolerante con nosotros mismos y, a la vez, con el otro, nuestro compañero en el camino de nuestra vida.
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